Día de la Memoria: Desconocer la Historia nos condena a repetirla
Permitamos volar a nuestra memoria y trasladarnos al 23 de marzo de 1976. El país estaba en estado de ebullición, los medios titulaban por la tarde “Inminente final”, refiriéndose al destino que había sabido buscarse un gobierno lleno de desaciertos, con la viuda del General Juan D. Perón, la señora María Estela Martínez, que no estuvo a la altura de las circunstancias al asumir la presidencia. Ingentes reuniones trataban de salvar la democracia, la Presidenta Propone un adelantamiento de las elecciones; allegados a Ricardo Balbín le piden un llamado a la Multipartidaria, pero el “Chino” les responde “la suerte está echada”.
Apenas pasados cincuenta minutos del día 24, la presidenta toma el helicóptero que la dejaría en la residencia de Olivos, pero el piloto se desvía hacia Aeroparque y allí es detenida y notificada del Golpe de Estado, siendo trasladada posteriormente hacia la residencia del “Messidor” en Villa La Angostura, donde permanecería detenida durante casi un año.
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se había propuesto tres ejes: 1) Revalorización de la Autoridad; 2) Orden Institucional y 3) Consolidación del Proceso. Para llevar adelante sus planes, recurrieron al secuestro, la privación ilegal de la libertad, tortura, creación de Centros Clandestinos de Detención (más de 150), apropiación de bebés, censura (de escritores, periodistas, músicos, actores) y el exilio.
Siendo una constante en su accionar la Violación de los DD HH y los Crímenes de Lesa Humanidad, donde la picana eléctrica, las cuñas de caña, el submarino en seco y húmedo entre otras sutilezas fueron herramientas comunes en el tratamiento de los detenidos, orientando sus políticas de Terrorismo de Estado al disciplinamiento de la sociedad.
Todo esto no fue consecuencia de una idea local, sino que fue parte del llamado Plan Cóndor, orquestado por el Departamento de Estado norteamericano, para suprimir cualquier esbozo de modelo económico alternativo al neoliberalismo, con su correlato en la transferencia de recursos y concentración de la riqueza.
Argentina era por entonces -y todavía- el único país del Cono Sur que mantenía un régimen democrático, en tanto que todos los países vecinos estaban gobernados por dictaduras militares (Hugo Banzer en Bolivia, Ernest Geisel en Brasil, Augusto Pinochet en Chile, Alfredo Stroessner en Paraguay y Juan María Bordaberry en Uruguay), sostenidas por los Estados Unidos en el contexto de la Doctrina de seguridad nacional, que justificaba el intervencionismo continental “para evitar el avance del marxismo” en la región.
Pero las razones de fondo eran más bien económicas: el ministro de Economía designado fue José Alfredo Martínez (su tío tatarabuelo fue traficante de esclavos, colaboró con las Invasiones Inglesas y apoyó al Virrey Cisneros en la Revolución de Mayo. Su abuelo José Toribio fue fundador de la Sociedad Rural Argentina, que apoyó todos los golpes).
Para el “distinguido” ministro, los grandes males del país eran el sindicalismo y una “industria nacional deficiente”; sus recetas para combatirlos, la suspensión de las paritarias, eliminación del Control de precios, la apertura indiscriminada de la importación, el fin de las retenciones a las exportaciones agropecuarias y la toma deuda externa que derivaría en un déficit fiscal incontrolable.
Su lema era “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Cualquier similitud con las medidas actuales no es casualidad, sino más bien continuidad. Aparece por aquellos años un joven economista defensor de la Escuela de Chicago, Domingo Felipe, quien en la embestida neoliberal en nuestro país, como presidente del Banco Central, cobraría relevancia por las medidas antipopulares que endeudaron al país estatizando la deuda privada.
Luego vino un mundial en 1978, que si bien fue un instrumento de propaganda de la dictadura para ocultar sus crímenes, instaló a nuestro país en el mundo y comenzó a visibilizar la situación que se vivía, dando rienda suelta a los primeros reclamos internacionales. El saldo desastroso del plan económico y los consecuentes cambios de uniformados al frente del gobierno, llevaron a la Junta a sacar una última locura de la galera: la “Operación Rosario” para recuperar la posesión de las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Atlántico Sur. La realidad resultó ser que aceleró la caída del régimen de facto y apuró el llamado a elecciones, que permitió la vuelta a la democracia en el territorio nacional.
Bragado, como todo el país, sufrió en carne propia este manejo demencial. Alberto Luis Calou, Cecilia Luján Idiart, Silvia del Carmen Angione, Luis Waldemar, Enrique Samsoulet, Alicia Edith Ferri, José Scaccheri y Julio Raúl D’Angelo son todavía hoy nuestros desaparecidos, y sus familias no lograron jamás escapar de “un infierno de búsqueda, desaliento y tristeza, a veces con una lucecita de esperanza”, según palabras de la hermana de mi amigo Julio D,Angelo con quien compartíamos tardes de pileta y tenis en Bragado club.
Pero hoy debemos decir que no es liberando a los monstruos responsables de los crímenes más horrendos que se pacifica una sociedad: para ellos no debe haber edad, ni enfermedad que justifique su libertad, pues ellos mismos carecieron de sensibilidad cuando ordenaron picanear una embarazada, torturar una criatura para que sus padres “hablaran” o tirar personas desde un avión.
Para la inmensa mayoría de la población, estos personajes macabros, culpables de haber escrito la historia más negra de nuestro suelo, perdieron para siempre el derecho a transitar por las mismas calles que caminamos las personas de bien. Seguimos esperando que sus condenas se cumplan, para que en nuestro país los crímenes de lesa humanidad no tengan lugar nunca más.
(*): Dirigente peronista. Vicepresidente del Partido Justicialista (PJ) de Bragado.